El impacto positivo del mindfulness en la productividad; más atención, más rendimiento

En los últimos tiempos ha salido del terreno de las prácticas espirituales en la más pura tradición new age para establecerse como un recurso más en nuestra búsqueda del desarrollo personal. El mindfulness ha dejado de ser una moda, y hoy se presta especial atención a la atención, en especial en su relación con el rendimiento.

Y referido no solo al desempeño personal, sino también al rendimiento profesional. ¿Esto explicaría por qué el mindfulness se ha vuelto tan popular en las empresas? En efecto, la idea de fondo es que la atención plena tiene un impacto positivo considerable en términos de productividad. Es la idea que desde el Centro Mindfulness Madrid desgranan a continuación.

¿Qué es el mindfulness?

Se lleva años oyendo hablar de ello, y como suele ocurrir, es fácil caer en generalizaciones y simplificaciones. En realidad, la atención plena (que es como bien se podría denominar al mindfulness en español) puede definirse como una actitud de atención consciente a lo que rodea de forma presente y concreta, sin ánimo de juicio, de apego o de rechazo.

El mindfulness tiene su origen en el yoga vipassana, del que saltó a Occidente a través de los programas de meditación de Jon Kabat-Zinn de los años setenta en la Universidad de Masachusets; el popular mindfulness-based stress reduction o MBSR, que luego daría pie a distintas formas de terapia entre lo espiritual y lo conductual.

Así, cuando se refiere al mindfulness se puede estar hablando de un estado de consciencia, pero también de un conjunto de prácticas, técnicas y ejercicios que aproximan a ese estado. Desde el Centro Mindfulness Madrid lo definen como “la capacidad de prestar atención al presente”, pero también como “una herramienta de autoconocimiento y aceptación”.

El mecanismo de la atención plena

La idea que subyace tras el concepto de atención plena es la capacidad del ser humano para modificar nuestros patrones cognitivos y de pensamiento a través de técnicas como la concentración. Cobrar consciencia del proceso de pensamiento y de los “momentos” de pensamiento que se atraviesa es el primer paso.

A partir de esa autoconsciencia, se puede aprender a autoobservarse y a poner cierta distancia respecto a la carga emocional que acarrean muchos de los pensamientos. Se trata de aprender a desidentificarse (“son pensamientos, no soy yo”) y a practicar la defusión respecto a los patrones cognitivos (“son pensamientos, no una realidad inalterable”).

El resultado es un cambio en los mecanismos mentales que facilita, por una parte, dejar de lado algunas mecánicas disfuncionales (como la rumiación, por ejemplo); y, por otro lado, refuerzan otras mecánicas positivas asociadas a la reactividad, la consciencia corporal, la regulación emocional, la neuropsicoinmunología, etc.

Mejoras significativas en la productividad profesional

¿Y todo esto tiene un impacto significativo en el ámbito laboral? Todas las evaluaciones y las acciones de las organizaciones que ya cuentan con programas de mindfulness en vigor (por ejemplo Nike, General Mills, Goldman Sachs, y un largo etcétera) apuntan a que así es. Parece que los empleados:

Alcanzan mejores niveles de atención sostenida y selectiva.

Desarrollan un mindset menos proclive al estrés y más propenso a la resolución de problemas.

Obtienen mayores niveles de bienestar eudaimónico (asociado a la autosuperación).

Generan estados de ánimo más positivos.

En efecto, los programas de mindfulness llevan tiempo en las grandes empresas y ahora están convirtiéndose en algo corriente en las medianas y pequeñas organizaciones. La razón es doble. Por un lado, las empresas se van dando cuenta de que el bienestar individual de los empleados es esencial para el buen funcionamiento de la empresa en la que trabajan.

Por otro, cada vez está más claro que el rendimiento laboral está directamente relacionado no solo con las hard skills de rigor, sino también con las competencias vinculadas al bienestar mental y a la capacidad de gestión y regulación emocional. Viene a confirmarse lo que ya se sabía por vía intuitiva: para trabajar bien, es importante tener la cabeza en el sitio.

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